EL Día del Profesor es el momento más propicio para reiterar el entrañable afecto a nuestro quehacer y a nuestros niños y niñas a quien lo entregamos. Los profesores no queremos hacernos un autoelogio público, sino una confesión de fe. Expresar cómo entendemos nuestro trabajo.
Creemos que la semilla es el puño de Dios. Debajo de la tierra, él abre su mano celeste para crear los elementos del milagro: el taladro inhiesto y digital del tallo, la mano de la hoja, abierta y temblorosa; los labios de la flor con los que la tierra habla al corazón del hombre; la mejilla polícroma y fragante del fruto. Pensamos que ése es el símbolo de la tarea y del destino del maestro: es la mano de Dios entre los hombres, la semilla.
Tendrá que desgarrarse, como ella, para cumplir su sagrado designio. La simiente adquiere validez en el surco; el maestro empieza a serlo cuando cae, en el surco vivo e infinito de la niñez y juventud. El maestro es la semilla del ejemplo y la actitud, envuelta apenas por la corteza blanda y dulce de la palabra. El maestro-palabra es el maestro-corteza; es la semilla sin germinar. El verdadero maestro debe saber que sus palabras podrán ser olvidadas como la simiente, que rompe la corteza para producir el milagro de la vida. Pero la semilla asciende asimilada, transfigurada. Tal es el destino silencioso y vital del maestro: olvidadas sus palabras, pervivirá en el hombre.
El maestro no debe temer la ingratitud ni el olvido. Hay que continuar entregando lo más nobre de nuestra intimidad - como la semilla - a la juventud.
La sociedad nos puso junto a ella, es decir, en la raíz misma de la vida; vivimos auscultando cotidianamente su crecimiento. Para nosotros, un estudiante es una llama alimentada con nuestro propio aliento. Es el hijo(a) de nuestro insomnio y nuestro sueño, porque perduraremos en él - ella, impalpables, ignorados, pero presentes y vitales como su latido.
Feliz Día del Profesor(a) a todos mis colegas del Colegio y de la comuna de Bulnes.
Prof. Ariel Bórquez Saavedra
